por Ricardo Rodulfo
En uno de sus textos más valiosos, El sentido del mundo, el pensador francés Jean Luc Nancy -acaso el más destacado continuador de la obra de Jacqques Derrida- se refiere a un procedimiento político que define como absolutamente infaltable en los regímenes donde el ingrediente autoritario es elevado, aún cuando no se trate de dictaduras en sentido estricto, (por supuesto también es propio de estas dictaduras): se trata de lo que él llama la invención del enemigo, o la creación del enemigo. De acuerdo a su visión, toda esta gama de regímenes, que es bastante amplia y no se reduce a una fácil y engañosa oposición dictadura/democracia -ya que una democracia no está para nada libre de procedimientos y modalidades autoritarias- necesita con toda necesidad crear o inventar o investir un enemigo contra el cual se habrá de combatir de palabra y, llegado el caso, de hecho, lo que servirá para fortalecer -al menos esa será la intención- el gobierno en cuestión, unificando cuanta gente pueda detrás de tal bandera. Es un procedimiento vital para que un gobierno así se mantenga en alto, ese enemigo debe encarnarse en algún lugar o sector. El paradigma es, claro, el de los judíos para el nazismo, pero varía con mucha plasticidad: puede ser el conductor de un periódico al que se lo convertirá en todo un símbolo del Mal, hipertrofiando su poder real, puede ser una masa de inmigrantes que será sospechada de las peores motivaciones, pueden ser los “agiotistas” y los “vendepatria” de las décadas del 40 y del 50, puede ser la “subversión apátrida” de los 70, puede ser, en fin, una comunidad como la mapuche.
Si se logra ese objetivo se logran varias ventajas: un sentimiento de unidad en buena parte de la población –por lo general la más ignorante junto con la más codiciosa-, campo orégano para todo tipo de medidas represoras, que se suelen extender mucho más allá del objetivo originario declarado; gozar del dominio, algo cuya intensidad y magnitud nunca podría minimizarse, gozar de dominar a las personas o por lo menos a cierto grupo de personas, sin contar con diversos tipos de beneficios económicos buscados directa o indirectamente. Todo esto, sin embargo, sería insuficiente sin el empuje de la compulsión de repetición –cuyo alcance y peligrosidad excede al del cáncer, no claudica después de pasados cinco años- que entre nosotros se apuntala en trágicas referencias que aún no han alcanzado el medio siglo. (ver La infatigabilidad de la compulsión de repetición en la sección Notas de Rodulfo.com)
Ya este grave riesgo potencial, el de un retorno impensado de esta compulsión, instaría a manejar los conflictos sociales con la mayor prudencia y sensatez, sentándose a negociar en lugar de dejar hacer a la represión su infausta tarea. Y aún cabe agregar algo más, un descubrimiento de Freud: nunca se proyecta en el vacío. En ese sentido, la creación del enemigo ostenta un matiz singular, ya que es una que se apoya en alguna cosa más o menos real para caricaturizarla, deformarla hasta la monstruosidad, exagerarla, hacer de ella algo diabólico. Tal lo que puede hacer un celotípico pescando con su intuición paranoica una inofensiva fantasía de infidelidad que, por lo general, nunca llegaría al acto real. Seguramente en tiempos de Hitler debe haber habido judíos deleznables en más de un sentido, no es que eran todos buenos. Es posible que entre la población mapuche haya alguna corriente violenta, sobre todo si tenemos en cuenta que la exclusión sostenida en el tiempo y la des-integración de un grupo respecto del cuerpo social suelen dar lugar a movimientos que se contra-identifican con ella y reaccionan con una violencia recíproca a la que vienen padeciendo. Esta es la excusa, la gran excusa, que sirve como broche de oro para justificar las peores políticas, las peores mentiras, las más sórdidas intervenciones.
Ya lo expuse en otra ocasión: hasta ahora, entre nosotros, los derechos humanos son para los blancos. Que todo esto sirva para que esta situación, larga situación, se revierta en lugar de avanzar hacia lo siniestro una vez más, otra vez más.
Conviene tener presente y tomar la debida nota de que, en la existencia humana, la repetición es el modo por así decirlo “natural” en que se expresa el fluir de la vida y su encanto, como cuando un niño demanda se le vuelva a cantar esa canción; en su andar, esa repetición va haciendo, silenciosamente, sin aspavientos, diferencias, pequeñas variaciones en el trazado de sus trazos. Por el contrario, la compulsión de repetición, cosa muy distinta, aparece en relación a un malestar indominable, o a un traumatismo cuyas heridas no terminan de cerrarse. Como tal, cierra el paso a los procesos creativos y curativos de nuestra vida, como cuando alguien debe constatar interminablemente que tal fuego quedó bien apagado en lugar de emprender una acción productiva de alguna clase. También a escala social, un malestar indominable y mal llevado, mal conducido, lo que es todo un problema político en sí, tiende a responder activando las peores compulsiones de repetición, las más destructivas. Es por eso, y no por hacer culto del pasado, que hay que cuidarse tanto de una tal activación, que en lugar de “nunca más” profiere un “un poco más”.
Desde este punto de vista, que el pensamiento psicoanalítico ayuda a pensar, la Argentina es un país todavía -y por x tiempo- en situación de riesgo.